Sunday, August 07, 2005

Giotto, Bach, la Gioconda, el Prado, a precios de ganga. Cierre definitivo

Saldos de agosto (Cierre sin inventario) Con una casa desmantelada, otra por vestir, los niños solos en Caldetes y mil kilómetros por recorrer, a Carmen se le ocurre que vayamos a Marciac, que nos pilla casi de camino, entre Caldes d’Estrac y París, para intentar escuchar, siquiera unas horas, a los Blind Boys of Alabama, o a Eliane Elias, o a Wynton Marsalis, o a la Count Basie Orchestra, o a Mont Alexander, corriendo tras el Spirit of Jamaica... La locura humana no tiene límites. Le recuerdo que tampoco hemos escuchado las habaneras en Águilas y no es seguro que las escuchemos en las Fiestas de Gracia. Ni hemos ido a cenar al Hispania. Y los P* nos esperan en vano en Can Suñé. Tampoco he vuelto a una pista de tenis. Y Juan Florencio y Pedro tienen un juego que me dejaría en la cuneta a una rapidez pavorosa. Tengo por corregir las pruebas de página de Ramón Gaya y el destino de la pintura. Y dejo para el otoño la corrección de La locura de Lázaro. [ .. ] Cuando salgo a la calle, abro un periódico ----haciendo un esfuerzo físico, para evitar que se me caiga de las manos---- o vagabundeo por el underground virtual, me siento agredido por algo mucho peor que el “relativismo valor”, la “muerte de Dios” y el “hundimiento de todos los valores”: “estética científica” (para nombrar una academia de peluqueras), “cultura del sexo” (Libe, para vender periódicos), “cultura gay” (para estar en el ajo), “culturas étnicas” (en las fiestas de los mismos pueblos donde los murcianos estamos muy mal vistos), “cultura empresarial”, “escritores” (calificativo con el que los colegas blogógrafos nombran cualquier cosa)... cacofonía lingüística que dice lo que dice sobre el descenso fatal a una tierra de nadie algo menos heroica que el infierno: la nadería shakesperiana creciendo como una marea negra de basura donde no sé si se hunde algo que no sé si llamar civilización y que me recuerda los comic underground de los años sesenta y una portada del New Yorker: un viejecito beat vende sus últimas chucherías... ante su tenderete, jóvenes bien pensantes contemplan maravillados un juguetito disney, ignorando a la Gioconda, que también se vende como otro trasto viejo, sin comprador.

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