Auschwitz, Buchenwald, el Arte, la Música, la Cultura y el futuro de nuestra moral
Tirando papeles, reencuentro estas declaraciones: “Cuando llegaban los camiones cargados de deportados, la orquesta debía interpretar cosas alegres. Yo sabía que los deportados pensarían: “No debe ser tan malo. Incluso hay música”. También sabía que media hora más tarde esos mismos hombres morirían, gaseados, en los hornos crematorios de Auschwitz-Birkenau”.
Así habla Eva *, una violinista polaca que formaba parte de la orquesta dirigida por Alma Rosé, nieta de Gustav Mahler e hija de un célebre violinista de la orquesta filarmónica de Viena.
Los SS habían tomado una decisión “artística” de carácter endemoniado: crear una orquesta de mujeres, en el campo de concentración, para “animar sus veladas” y “distraer” a los hombres, mujeres, niños y ancianos condenados al exterminio. Alma Rosé murió sin dejar escrito su testimonio capital sobre tal aventura faústica. Varias de las supervivientes de aquella legendaria orquesta hablaron, muchos años después, para contar con mucho pudor su sentimiento de culpa.
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En Buchenwald, los SS tomaron una decisión administrativa no menos endemoniada: dar a los deportados políticos (mayoritariamente comunistas) la dirección y gestión técnica del campo. Cuando los oficiales nazis necesitaban o deseaban conducir a trabajos forzados ----de los que no se volvía nunca---- a un número preciso de deportados, se dirigían a los gestores administrativos del campo de concentración, y eran ellos ----los deportados políticos---- quienes debían elegir a los compañeros condenados. La vanguardia política del campo consideraba imprescindible salvarse, llamada como estaba a construir “un mundo nuevo”.
Superviviente, Robert Antelme contó en la posguerra como tal comportamiento iluminado (la elite política entregando a los amos del infierno a quienes no compartían su credo milenarista...) le causó pavorosos problemas de conciencia. Problemas que contó por lo menudo a su amigo íntimo, Jorge Semprún, que, según Antelme, se apresuró a denunciarlo al PCF, que no tardaría en expulsarlo. Semprún ha escrito muchos libros sobre Buchenwald: pero en ninguno ha contado nunca como realizaba ese trabajo suyo en las oficinas del campo de concentración. Tampoco hay huella de ningún sentimiento de culpa.
Paradójicamente, ese comportamiento de los comunistas en las oficinas de Buchenwald tampoco interesa hoy a quienes discuten y dicen “estudiar” las relaciones entre la historia, la cultura, el gran arte, la memoria, incluso el puesto de la música en la destrucción de los fundamentos morales de una civilización, que, como es bien sabido, es el tema central de dos novelas capitales de Thomas Mann y Hermann Hesse, Dr. Faustus y Das Glasperlesspiel.
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