Asesinato o defunción de la Gioconda: una explicación marxista
Con el candor propio a muchos científicos, una neuróloga estadounidense, Margaret Livingstone, propone una “explicación científica” a la “enigmática” sonrisa de la Gioconda...
A su modo de ver, Leonardo se habría servido “intuitivamente” de ciertas “ilusiones” bien conocidas por “la ciencia de hoy”. Y ella propone un docto rosario de razones sin duda científicas para explicar el misterio de la creación desde una óptica marxista (tendencia Groucho).
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Recuerdo la anécdota de aquel viejo profesor de filosofía que comenzaba sus diatribas contra la metafísica diciendo: Hay que hablar de cosas concretas, materiales, problemas de nuestro tiempo. Por ejemplo: los marcianos invaden la tierra...
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En otro plano, en mi libro sobre Ramón Gaya cito esta famosa diatriba suya, sospecho que acertada, sobre el pintor de la Gioconda: Encontramos en Leonardo una mezquina avaricia de constructor, de propietario constructor. Su frío fanatismo por una ciencia y una técnica envueltas y disimuladas en ese ingrediente turbio, vicioso, que viene a ser su famoso « sfumato », le llevará a concebir, o mejor, a idear un arte sin debilidades humanas, un arte de hierro, un arte con estructura de hierro, cubierta, recubierta, de una embaucadora y engañadora suavidad de niebla. Leonardo es un precursor de casi todo lo que constituye la modernidad y siente ya esa moderna desconfianza de lo real, de la naturaleza real ----que nada tiene que ver con el terror a la naturaleza del hombre primitivo, ya que aquello era sentirla portadora de una implacable verdad, mientras que esto supone haber visto en ella como... una mentira----, y por una lógica consecuencia, duda de la creación, del arte-creación ; se arroja entonces en brazos de un arte-artístico, científico, ingeniero inventor. Teme acaso que una obra natural, nacida natural, pueda independizarse, alcanzar albedrío, irse de él, de su mente, del alcance de su mente, y eso lo hace desear una obra inanimada, perfecta, muerta, muerta como un reloj, es decir, como una cosa muerta que parece estar viva.
Esa obra muerta que parece estar viva, concluye Ramón Gaya, es la Gioconda.
1 Comments:
Ay, qué atrevida es la ignorancia.
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