Bailables en una estación encantada
Estación de Drancy, el día de Reyes de 2005
Consejero especial del Institut français des relations internationales (Ifri), Dominique Moïsi nació en 1946 porque su padre fue liberado de Auschwitz un año antes; por la misma razón que yo nací el mismo año por semejantes razones: mi padre salió de la cárcel ----condenado a muerte por los tribunales sin apelación instaurados por los triunfadores de la Guerra civil, culpable de haber creado con mi madre una Escuela Moderna, en Totana---- meses después que el padre de Moïsi.
Sin embargo, Moïsi se pregunta, con razón (Le Figaro, 27.01.05): “En verdad, ¿no nací al mal y el horror aquel día de abril de 1943, cuando, en Niza, mi padre fue denunciado como judío por un francés, entregado a la Gestapo y escoltado por gendarmes franceses hasta la estación de Dranzy, desde donde inició su viaje a Auschwitz?”
Mi padre fue denunciado por un vecino.
Ese nacimiento al Mal y el horror, muy anterior, en muchos casos, al nacimiento carnal, no solo habla de una semilla moral que nos siembra y precede, a título individual. Robert Musil describe con precisión el torbellino que preludiaba y anunciaba Auschwitz, una noche de 1933: “En medio de esta opresiva incertidumbre que comienza, Annina y Otto han invitado a sus amigos; gramófono y baile. Un encogerse de hombros. En este espléndido “tiempo imperial”, las calles se llenan de gente. “La vida continúa”. A pesar de que diariamente cientos de personas son asesinadas, encarceladas, apaleadas, etc. No se trata de frivolidad, sino más bien de la impotencia de un rebaño al que empujan lentamente hacia delante, mientras que los que van en la primera fila caen en brazos de la muerte. El rebaño sospecha, barrunta algo, se agita, pero su psicología es incapaz de reaccionar, no puede, sencillamente, hacer frente a esta situación”.
En nuestro tiempo, en Caína, los medios de incomunicación de masas, envenenan a diario el agua donde beben los corderos.
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