Saturday, October 08, 2005

París / Jerez, ida y vuelta (2). La guerra civil se mama con la leche escolar

No se si están totalmente extintas las atormentadas cenizas de los mestizajes tan presentes en la geografía urbana de Jerez. Aquí y allá, en este comentario sobre la conquista o reconquista de la tierra, o en aquella reflexión sobre los mármoles desnudos de unas estatuas, brillan con todo su fulgor flamígeros hachones justicieros, de la más distintas banderías. Cuando hablo o descubro la obra de poetas para mí desconocidos, hasta ayer, ya sea de mi director general de asuntos informáticos ----gran poeta hermético----, Josefa Parra ----autora de poemas incandescentes---- o Enrique García Máiquez ----antólogo de Luis Rosales y poeta en busca de una síntesis entre el humanismo y las difuntas vanguardias----, me admira la pureza de sus incursiones líricas, cuando sospecho que bastaría una sola palabra, entre otras incontables, como “Israel”, “palestinos”, “Bagdad”, “Nación”, “Euskadi”, “Estado”, “Islam”, etc., para precipitar una crisis inflamable; como si la lengua pudiera transmitir gangrenosas enfermedades del espíritu que, en nuestro caso, comenzaron a proliferar con la Picaresca: sembrando una ética y una estética de gente hampesca y desalmada. Enfermedad cancerosa de la que no es fácil liberarse y bien pudiera estar presente en la vida nuestra de cada día, a juzgar por las anécdotas de la “vida literaria” que escucho en boca de Jordi Gracia, Joaquín Marco y Santos Sanz Villanueva, que a buen seguro no comparten ni son responsables de mi pesimismo sobre tales negocios. De vuelta a casa, descubro en la rue de Medicis, en la verja del Luxemburgo ----donde se cuelga una improvisada expo de fotografía, en la que se recuerdan media docena larga de obras maestras---- una fotografía de Raymond Depardon, tomada en Berlín, meses después de iniciarse la construcción del Muro: un grupo de niños armados de pistolas y fusiles de madera juegan a la guerra civil. Como si un espíritu Maligno se complaciese en sembrar la discordia muy temprano, enseñando desde la infancia el juego atroz de construir muros donde crucificar o fusilar a nuestros padres y hermanos.

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