Caína, un proyecto atractivo para desollarse en común
Quizá sean ancestrales las razones para disputarnos a cara de perro, con estaca, bastón, puntilla o pedrada en la sien: que hay infinitas razones para negar al vecino el agua de río, charca o pozo artesiano.
Casi tantas como para perseguir con saña al hermano que discrepa de nuestras hondísimas razones para negar el agua al vecino.
Viejas diatribas de quienes se disputan los despojos de Alvargonzalez; que para nada interesan a quienes sus propias razones para desollarse en carne viva.
Viejas historias de desertización de la patria difunta: California / Murcia. Desertización geográfica y espiritual.- [ 1 ], [ 2 ], [ 3 ] y [ 4 ]
6 Comments:
Debiera usted añadir alguna gracieta en euskara, para dar a la cosa un tono más alegría de la huerta.
Joseba
Comentario de: Fernando Navales [Visitante] · http://www.arcadi.espasa.com 21.10.2005 - 22:24
[2] Escrito por: Luchador de sumo anoréxico, de retirada - 17 Octubre 2005 11:01 AM
ANDRÉS TRAPIELLO CONTRA JUAN MANUEL DE PRADA (1999)
Juan Manuel de Prada telefoneó. Quería consultar un libro sobre Margarita de Pedroso, de la que piensa escribir un trabajo, para añadirlo a un centón que sobre escritores raros está preparando. En el primer momento sentí una vaga extrañeza. ¿No habíamos dejado de ser amigos? ¿No le había llevado la pobre cabeza de uno a su amigo el poeta Gimferrer, autor de los más memorables versos de nuestra poesía a propósito del excremento y las castañas amargas, y no había bailado para él la danza de los siete velos?
Llamaba como si nada hubiera ocurrido, como si las cosas siguieran en el mismo punto que hace un año. Bueno, me dije, si quiere volver, que vuelva; ¿a mí qué me importa? Se alegró al conocer que en todos estos meses en los que no ha dado noticias no había contraído yo ninguna enfermedad grave y, ufano por saber que ese raro libro de la Pedroso está en casa, quiso pagarme con una pequeña delación. Ay, no debiera seguir uno por este camino, que no puede llevarle a uno a ningún sitio bueno. Me dijo, oye, por cierto, el otro día, en una reunión que hubo en el ABC, salió tu nombre, y Sánchez-Ostiz, el Rabioso de Pamplona, te desolló vivo.
Te dice una cosa así alguien que no es tu amigo, de alguien que es tu enemigo manifiesto desde hace quince años, y ¿qué se espera que haga uno? ¿Pensará que es una información privilegiada? ¿Tendrá esperanzas de cobrársela?
Le dije, ah, bueno, no importa. Y es verdad, porque da lo mismo que a uno lo despellejen o no, a estas alturas de la vida. De joven, quizá no. De joven puede uno llegar a sentir complejo, pensando que es único en el desollamiento de la gente. Pero no, los años te hacen ver que todo el mundo acuchilla a todo el mundo, en un rato, de paso, sin ganas incluso. Las cosas que no se dirán en la sociedad literaria del propio De Prada. Las cosas que no habrá oído uno ya del hombre de los bombones a lo largo de los años, cuántas cenas languidecientes y mustias no habrán levantado las carcajadas que su solo nombre suscita. Daría igual que uno fuera santo, porque encontrarían el modo de escarnecerlo sin piedad. Yo tengo dos o tres amigos santos, y hasta de ellos ha oído uno cosas increíbles. Al contrario, que el Modiano Mediano se ocupe de uno, es una distinción, un homenaje, no ya mediano, sino completo.
Quise saber qué cosas decía, por decorarme un poco con ellas, pero no. Se conoce que eso no era ya por el mismo precio. Se limitó a repetir, terrible, terrible. Quizá pensaba que con tales insinuaciones iba a despertar mi curiosidad y que uno iba a subir la cuota. Aunque no lo creo. Por la consulta del libro de la Pedroso, yo creo que él pensaba haber pagado bastante con el chisme. Yo pensaba: pobre Juan Manuel, lleva un año sin dar señales de vida, aparece y me pregunta como si hubiéramos estado hablando la víspera de cosas íntimas, oye, ¿tienes un libro de Margarita de Pedroso? Le digo que sí, y circula la moneda insidiosa: has de saber que Sánchez-Ostiz te puso de chupa de dómine el otro día.
Y uno, que en efecto es un bendito, contra la opinión de los malsines, en vez de decir, vete a la mierda, dijo, gracias, muy obsequioso, "pásate por casa cuando quieras ver ese libro, sabes dónde vivo; y de lo otro, nada, no tiene la menor importancia, no te preocupes". Y esto último lo dije como si me creyera yo que los despellejes de este o el de más allá le preocuparán, si acaso no es él mismo el que los empieza.
...
Animado como estaba, ni siquiera me importó dedicar la tarde del domingo a trabajar en el libro de Lasso de la Vega y en otros de La Veleta. Y así, en casa de Juan Manuel Bonet, hablando de todo un poco, me comentó éste que hace dos semanas tuvo lugar en ABC un almuerzo, convocado por Juan Manuel de Prada, colaborador de ese periódico, para preparar la estrategia del Premio González Ruano, en realidad, por usar de la terminología bélica, "para ablandar el terreno". El primer bombardeo tuvo lugar tres días después: el propio De Prada publicó una "tercera" sobre uno de los miembros del jurado. Entre raro y raro, entre Pedroso y Pedroso. Se ve que los raros le gustan como bisutería, para lucimiento propio, nada más. No hay en él amor piadoso y compasivo al desdichado, al bohemio, al canalla, sino a su propia manoletina. Yo no la leí ni la he visto siquiera, pero Bonet, que no es en absoluto insidioso o malvado, ni tiene el menor interés en ese premio (ni siquiera sabía que uno había presentado el artículo sobre la batalla de Teruel), sacudió comprensivo la cabeza y reconoció que el escrito era triste y de una adulación grotesca, repulsiva y obscena. Lo supongo, porque esos artículos de De Prada, que alguna vez he sufrido también en los tiempos en que él trabajaba los bajos de la cucaña, se le quedaban pegados a uno en las manos.
Quizá debería haberle contado a mi amigo Bonet que había presentado ese artículo, pero no, no pude confesar algo tan sencillo. ¿Por qué? No lo sé. Me limité a confesarle que conocía lo de esa reunión, porque en Madrid esas cosas se saben a la media hora, incluso por gentes como yo, que no salen de casa, aunque se me escapara el propósito con el que habían puesto a circular algo así. Le dije incluso que sabía quiénes habían participado en ello, con el Egolari de Pamplona, que lo despellejó a uno tocando las castañuelas y acompañándose de un gran zapateado y moviendo la bata de cola, haciendo de director de zambra, y partiéndome luego en tajadicas para hacer la famosa chistorra.
Esto último, lo del Egolari, lo deslicé con el solo propósito de mortificar algo a mi buen amigo Bonet, porque sigue uno sin comprender cómo trata aún a un sujeto que tarde o temprano también a él lo va a hacer picadillo, porque la chistorra, qué duda cabe, en manos de los loquitos es adictiva. De ese, pasado como se le ve de revoluciones, se diría incluso que la chistorra se la esnifa. Podrá ser más tarde que pronto, pero llegará ese momento de la cuchillada trapera, si acaso no ha llegado ya en alusiones veladas en este o aquel escrito del pamplonica, y viva San Fermín, que diría nuestro gran crítico, de Pamplona también por aquello de que no hay uno sin dos ni ego sin eco.
Me preguntó Bonet, más receloso con mi contumacia que por lealtad hacia su amigo, cómo sabía yo, sin salir de casa, tantas cosas, que había habido una reunión y que a ella habían asistido Fulano, Zutano, Perengano, Juan Manuel de Prada y el Egolari. Le respondí que me lo contó el propio De Prada. ¿Pero no había dejado de verte?, preguntó Bonet. Había, respondí. ¿Y?, volvió a preguntar. Y respondí: está cogitando un ensayo sobre Margarita de Pedroso, eximia escritora. Y como Bonet es un erudito tan serio como bondadoso, en cuanto supo que había alguien queriendo escribir sobre la señora Pedroso, le entró un ataque de risa, una risa incumbente porque como sabe, como lo sabe todo el mundo, que con los libros de la señora Pedroso, ni aun queriendo, se podría hacer longaniza.
...
Hablábamos de muchas cosas, de la editorial, de Valencia, de los amigos de allí, de aquí. Hablábamos como dos amigos, sin cortapisas. Y de pronto, me dijo, oye, por cierto, el otro día hubo una reunión en el ABC... Asentí con la cabeza, dándole a entender que aquí ya está al tanto de esa reunión todo el mundo.
Se tomó unos segundos antes de proseguir, como quien sostiene en la mano la cucharilla del amargo jarabe. Bien, me dijo un poco apesadumbrado por ser él quien a veces porta las malas noticias: te escabecharon. ¿Quién?, pregunté yo, ¿Uno, todos, el señor Egolari? Ah, no, me dijo mi amigo, ése no, o no me consta: fue sobre todo Juan Manuel de Prada.
Estos balanceos de la vida, un poco cómicos, y la charcutería literaria, recuerdan los enredos de las viejas comedias, Alguien, sin que nadie le apremiara, merca un chisme en el que se acusa a otro, pero la comedia da un giro inesperado y nos enteramos de que el delator del crimen era el... mismo criminal. ¿Y qué necesidad tendría de trapichear con todo eso? Margarita de Pedroso, francamente, no creo que valiese treinta monedas de plata.
Me entró un ataque de risa, mínimo vodevil, con gente que entraba y salía de escena, unos diciendo unas cosas y otros, dependiendo del interlocutor, tapándose y jugando al escondite.
¿No vas a hacer nada?, me preguntó, mi amigo. ¿Qué podría hacer? Le entran a uno ganas de llamar a ese sujeto, claro, y decirle, mira, nene, tú trepa, disfruta tu Premio González Ruano y escribe sobre Margarita de Pedroso, que es donde está la gran literatura española, pero a los demás déjanos tranquilos. Uno, sí, en un arranque siente deseos de obrar así. Pero a la hora esos impulsos se desvanecen, y acaba uno encogiéndose de hombros, porque si tuviese que intervenir cada vez que se producen tales cortocircuitos, no haría uno otra cosa. Tampoco es probable que al pedrosero vuelva uno a encontrárselo, y en caso contrario, larga cabezada a distancia, sonrisa conspicua y arqueo de cejas, o sea, repertorio completo de la cínica comedia.
Estudiar de cerca a un ejemplar así, sus combinaciones, sus fullerías, sus movimientos estratégicos, para mí tiene un interés novelístico. Digamos que son estudios de entomología. En vez de admirar escarabajos de verdad, como Jünger, observar al escarabajo humano llevando de un lado para otro, por las casas, la pelota de porquería. La propensión a la fábula, que diría Baroja, es innata en el hombre.
A Bonet le dijo también el otro día, vente al ABC, porque yo allí mando mucho, y al mismo tiempo echaba de "Blanco y Negro" al amigo de Bonet, el Egolari pamplonés, pues las colaboraciones de ambos, del chistorradicto y del zamorano, coincidían enfrentadas, y este último, que por lo que se ve, en efecto, manda mucho en ABC, no pudiéndolo sufrir, lo ha quitado de en medio.
En un escritor que no debe de tener todavía veinticinco años, toda esa desenvoltura asombra y anonada. Hace cien años, cuando la gente se moría a los cuarenta, de hambre o de tuberculosis, y no querían perder tiempo con las cuchilladas, las emboscadas y las trampas, los escritores podían hacer eso y más, iban al grano y se despejaban el camino como fuese.
El asombro es general. Qué duda cabe, una biografía como la suya interesa y despierta la intriga. Unos lo ven con envidia, otros con repulsión, todos con curiosidad.
Hace unos días, alguien en una cena aseguraba, delante de otra gente, que este De Prada se había estado acostando con una mujer muy conocida del periodismo... Algunos me miraron, esperando quizá una confirmación o desmentido, como si esas cuestiones de enaguas tuvieran el menor interés, y me encogí de hombros. Recuerdo que hace dos años, a propósito de algunos lances galantes se lamentaba De Prada diciendo: "¿Adónde he venido a caer? ¿Qué mundo es este en el que alguien puro, de la provincia, termina enredado con unos y con otras, con casadas, con solteras, con cualquiera? ¿Por qué las mujeres, en cuanto olfatean el éxito del hombre, babean de gusto y están deseando que se la metan? ¿No hay poesía en esta vida? ¿La vida del escritor va a ser esto, es que aquí no se da nada sin esta clase de contraprestaciones? ¿Qué clase de mundo tenéis aquí?". Hombre, no sé, recuerdo que le dije, lleva uno en Madrid veinticinco años, ha conocido uno a algunas periodistas y redactoras jefas, algunas jóvenes, inteligentes y garbosas, casadas y solteras, y no se ha acostado uno con ninguna; a lo mejor lo tuyo y las mujeres esas a las que desprecias es amor. Él meneaba la cabeza de un lado para otro, no, no, mugía, y a continuación hundía la barbilla en el esternón, como si sus hombros no pudieran soportar el peso de su fama incipiente y el oneroso tributo que por ella había de pagar en secreto.
Y ayer, hablando de otras cosas, el propio Bonet, mientras contaba lo del ABC, se acordó de este episodio galante, y sabiendo que yo trataba a De Prada entonces, me dijo si había oído algo. Y es raro, porque a Bonet tales pistos picantes han de aburrirle necesariamente, como todo aquello que quede fuera de la jurisdicción del papelismo viejo, la literatura, la música y el arte de vanguardias, pero seguramente quería hacerse una composición de lugar. ¿Tú sabes algo?, me preguntó de nuevo, y puso uno semblante de perfecto sinapismo, y le dije, "primera noticia". Podría haberle dicho aquello que decía Chaves Nogales a propósito del gobierno de la República, al que fue leal hasta el mismo día en que abandonó Madrid. Dijo, yo le fui leal hasta ese día. Pero no, se morirá uno sin decir si le dijo o si no, y qué, si fue que sí. No tenía la menor idea de eso que cuentas, dije, pero comprendí que resultaba poco convincente.
Luego, de vuelta, y hablando de estas pequeñas miserias en casa, le preguntaba a Miriam, que ha leído muchas historias de los galanteos dieciochescos franceses, ¿y no es peligroso que un joven de provincias manipule todos esos asuntos al mismo tiempo, no le delatarán sus dobles y triples juegos? Lo probable es que le ocurra como a Rubempré, y tarde o temprano caerá en desgracia. Pero ¿quién lo sabe? Quizá suceda todo lo contrario, y de una manera impune, con audacia y fortuna, irá escalando puestos en la sociedad literaria, y para cuando quieran darse cuenta todos aquellos de los que se ha servido para escalar, no podrán detenerlo ni derribarlo, porque en su caída les arrastraría, de modo que terminará aceptándolo como un parigual en ese sínodo.
¿Y por qué razón alguien cuenta la aventura que ha mantenido con una mujer casada que le dobla en edad y de la que podría ser su hijo, sabiendo que si llegara a oídos de ella, ésta sólo podría negarlo? No sé por qué razón, algo me dice, por instinto, que acaso ni siquiera fuese verdad, sino las imaginaciones de un joven para decorarse, para impresionar, por vanidad más que por romanticismo. ¿Por qué, pues, lo habrá urdido?
¿Y tú vas a contar algo de todo esto en el diario?, me preguntó Miriam, ¿tú crees que vale la pena?
Valer la pena, lo vale todo, si se sabe contar. Yo creo que no sabré, pero lo ha intentado uno, y que tampoco tiene mucho interés, pero habría que encontrárselo.
Se me quedó mirando. He arqueado también las cejas y he puesto cara de tabla, pero Miriam lo conoce a uno más que ningún amigo y ha leído algo mejor en ella, y me ha dado un buen consejo. Me ha dicho que no me metiera en ese lío, convencida de que uno por una buena página de un libro es capaz de arriesgar la vida. "Piensa en los chicos, que les quedan por hacer a los dos las carreras, piensa en mí, que soy la que pone las vendas y te desinfecta las heridas. Luego, cuando crezcan los chicos, si quieres, cuenta lo que quieras, pero de momento sé prudente."
Quién sabe. Es un buen consejo, pero puede uno morirse mañana, los chicos quedarse sin carrera, y al posteridad sin otro cuento. De manera que toma uno la decisión de contar las cosas con la vaga y tonta esperanza de que nunca lleguen a manos de ninguno de los protagonistas estas pequeñas escaramuzas, porque siendo ese pollo tan joven y poderoso, y teniendo por delante tantas reuniones de ABC, será un enemigo incómodo, y tampoco le gustaría a uno que nadie descubriera a esa mujer en este cuaderno. Ha hecho uno, sí, lo que ha podido, la ha transformado algo, le ha añadido unos cuantos años, le ha cambiado de trabajo y la ha hecho redactora jefa, en fin, un poco de laboratorio para hacer diarios de laboratorio, de esos que no causen problemas, a diferencia de esos otros diarios escritos a pecho descubierto por los escritores valientes.
Lo mejor, me digo también, sería no haber contado todo esto, porque no tiene ningún valor, ni siquiera como literatura testimonial, no arriesga uno nada, en fin, no son más que parlas con arreos proustianos, pero al mismo tiempo me digo, quizá dentro de cinco aós, cuando se publique este cuaderno, pueden haber cambiado muchas cosas. El joven De Prada puede haber muerto (y Dios no lo quiera, siendo como es tan joven y teniendo por delante toda la vida), puede haber muerto su amante o puede que ésta, sabiendo lo que ese infeliz va contando por ahí de ella, haya decidido pasar a la acción, y se haya vengado, no sé cómo, y puede, en fin, que yo mismo me haya muerto (cosa que de momento tampoco deseo, con lo joven que soy y el rosario de éxitos que parecen estar aguardándome). Y quién sabe si para entonces, para dentro de cinco años, esta historia, por una maduración natural, mientras permanecía en lo profundo de la bodega sosegándose en su cuba, habrá acabado por convertirse en una de esas historias deliciosas de leer y edificantes para la juventud en marcha.
En fin, y aquí lo dejo todo, si tú me dices ven.
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Comentario de: Fernando Navales [Visitante] · http://www.arcadi.espasa.com 21.10.2005 - 22:25
[255] Escrito por: Ríbuk - 17 Octubre 2005 09:19 PM
[2] Escrito por: Luchador de sumo anoréxico, de retirada - 17 Octubre 2005 11:01 AM
ANDRÉS TRAPIELLO CONTRA JUAN MANUEL DE PRADA (1999)
¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡
La periodista es Blanca Brasategui. Me lo dijo el propio Juan Manuel. Entonces éramos amigos, pero luego nos distanciamos. A él sólo le preocupa su carrera literaria, en eso no engaña a nadie.
Juan Manuel me dijo que se habían enfadado porque él tenía una amiga lesbi y la iba a incorporar a la pareja. Pero al final Blanca se echó atrás, cuando según Juan Manuel fue ella quien lo había sugerido. Juan Manuel pensaba que se había enfadado porque quería mantenerle en su órbita y dirigirle la carrera, y él ya estaba poniendo el ojo en el premio Primavera de Espasa. En la cama Blanca era aburrida y se cansaba rápido.
Todo esto nos lo contaba el propio Juan Manuel. Me extraña por ello que Bonet no lo supiera y que Trapiello crea ser depositario de una importante confidencia. Yo solía ver a Juan Manuel por la tarde. Nos contaba con cuántas había estado por la mañana y con las que iba a verse a la noche.
Como seguro que me está leyendo (eso me dijeron), un saludo, Juan Manuel, y suerte con lo de la academia.
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Comentario de: Fernando Navales [Visitante] · http://www.arcadi.espasa.com 21.10.2005 - 22:25
[263] Escrito por: El asistente del mariscal Zhukov - 17 Octubre 2005 09:37 PM
[255] Escrito por: Ríbuk - 17 Octubre 2005 09:19 PM
[2] Escrito por: Luchador de sumo anoréxico, de retirada - 17 Octubre 2005 11:01 AM
ANDRÉS TRAPIELLO CONTRA JUAN MANUEL DE PRADA (1999)
¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡
La periodista es Blanca Brasategui. Me lo dijo el propio Juan Manuel. Entonces éramos amigos, pero luego nos distanciamos. A él sólo le preocupa su carrera literaria, en eso no engaña a nadie.
Juan Manuel me dijo que se habían enfadado porque él tenía una amiga lesbi y la iba a incorporar a la pareja. Pero al final Blanca se echó atrás, cuando según Juan Manuel fue ella quien lo había sugerido. Juan Manuel pensaba que se había enfadado porque quería mantenerle en su órbita y dirigirle la carrera, y él ya estaba poniendo el ojo en el premio Primavera de Espasa. En la cama Blanca era aburrida y se cansaba rápido.
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Juan Manuel y sus examigos, todos unos caballeros.
Esta es la "vida literaria" de la que el otro día hablaba Marsé.
Prefiero el Gran Hermano. Es más auténtico.
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Comentario de: Fernando Navales [Visitante] · http://www.arcadi.espasa.com 21.10.2005 - 22:27
[3] Escrito por: Luchador de sumo anoréxico, retirado - 19 Octubre 2005 11:02 AM
ANDRÉS TRAPIELLO CONTRA JUAN MANUEL DE PRADA (1998)
... Y en un giro imprevisto de la conversación, Umbral sacó a colación el nombre de cierto escritor novel.
No sé, de pronto, en un minuto, estábamos en danza el viejo escritor, uno mismo, y el escritor novel.
¿Y qué tiene que ver Juan Manuel de Prada, el escritor novel, en todo esto?, retruqué. Más de lo que piensas, respondió Umbral sin andarse con rodeos. Habla mal de García-Posada, me dijo, habla mal de mí, y, aunque tú no lo sepas, habla mal de ti. Emití un borborigmo que le comprometía a uno a bien poco. Después de matar al padre, lo lógico es matar al tío, y cuando al escritor mozo le llegue la edad, matará a los sobrinos. De momento, no debería juntarme con malas compañías, me insinuó muy cariñoso y no sin humor.
Todas estas cosas son la vida nuestra, y con ellas no es fácil hacer nada que tenga valor. Se le cortan a uno como la leche, y quedan luego en el suero, flotando, los cuajarones, y ni el suero es agua ni los coágulos son mantequilla todavía. Y todo porque, en esa sustancia que era leche, la vida metió su pequeño cardo.
...
Con el dinero del premio Planeta, Juan Manuel de Prada quería comprarse una casa en Madrid, dejar para siempre Salamanca y Zamora y empezar aquí su nueva y fulgurante carrera de escritor profesional. Los jóvenes de provincias quieren conquistar la capital, como los escritores latinoamericanos aspiran a rendir París, a ser posible con la ayuda de un carguito en la embajada de su país.
Como suele hacerse en estos casos, preguntó De Prada a unos y otros si tenían noticia de alguna casa en venta, y uno le habló de cierto piso, en la calle de Cuchilleros, que los Gaya habían dejado deshabitado y puesto a la venta hace unos meses.
Yo pensaba que, de ese modo, si lo compraba De Prada, acaso podría uno visitar un lugar en el que tan buenos momentos ha pasado estos años, y donde se han pintado algunos de los más hermosos cuadros de este tiempo.
Es un piso precioso, en el Madrid antiguo, en esa calle donde las cosas que pasan salen en Galdós, frente a Botín, el restaurante de cochinillos góticos. Las reformas que hubiera que hacer en él son mínimas, pues se ha puesto a la venta ya obrado y con la pintura todavía fresca en paredes y puertas.
...
De Prada me encareció que le acompañara a verlo. Después de lo que le dijo a uno De Prada, de que iba poniéndole a uno verde por ahí, no pudo por menos que preguntarse lo que Protágoras: ¿Cuánto de lo que vemos es real? Así que decidí, mientras tanto, no dar más crédito que a lo que veían mis ojos, y aun esto, para ponerlo en entredicho. Así que allí se fue uno, al apartamento de la calle de Cuchilleros.
...
Con De Prada venía su madre, y allí, viéndoles juntos, parecían el artista y la mamá... Madre e hijo llevaban todo el día mirando pisos. Yo creo que la mirada la traían acaso confusa, empastada, como las paletas de los pintores inexpertos. A la mujer le escandalizaban mucho los precios de los pisos en Madrid, si los comparaba con los de su vieja y levítica ciudad de provincias. Con el dinero que allí serviría para mercar uno holgado y hermoso, nuevo, "a estrenar", y echaba mano de esta expresión como quien ha de despedirse de El Dorado, en Madrid no le dan a uno más que "cochiqueras de mala muerte", sentenció con pena. Y en eso tiene razón. Pero la carrera del hijo se ve que exige notables sacrificios, y todos estarán bien empleados si consiguen hacer de él una gloria nacional, un nuevo Cela, un nuevo Umbral, y, por qué no, qué o quién nos estorbará soñar, un flamante académico de la Lengua y, mañana, un premio Nobel.
De vez en cuando la señora le miraba a uno bastante intrigada. Inspeccionaba también con atención todos los rincones. T. y yo supimos, desde el primer momento, que no se quedarían con él...
Para que no se sintieran espiados, les dejábamos todo el tiempo solos. Entraban ellos en una habitación, y salíamos nosotros. Fue como uno de esos bailes de gran salón. Aparecían ellos por una puerta, y nos esfumábamos por otra, y de ese modo completamos dos o tres rondas. Los cuchicheos iban por el fondo, con su roce de insectos.
La señora estaba muy agitada, quizá pensaba que el hijo se había comprometido demasiado. Uno les recordaba, eh, sin compromiso. Y ellos decían, ya, pero no estaban cómodos. El hijo procuraba mantenerse al margen, dejando a la mamá como coronela de las operaciones. La mujer yo creo que trataba de descubrir la martingala, segura de que la había, y volvió a observarle a uno, para saber si me llevaba comisión en la venta, y cuánto. Quizá hubiera sido muy largo de explicar que a uno le habría gustado únicamente que De Prada empezase a vivir su vida en aquel piso, tan bonito, con su leyenda.
Pero como la amistad es eso precisamente, la liberalidad y dejar que cada cual aprenda por su cuenta, salimos todos de allí, y en el mismo porta nos despedimos, tratando de olvidarnos de aquella hora empleada inútilmente en una empresa equivocada de partida, puesto que lo que la mamá buscaba para el niño, como dijo, era algo... "más nuevo", sin saber que se hallaba entre gentes que lo nuevo y original suelen encontrarlo entre lo más viejo.
Ha transcurrido más de un mes. Ese viejo piso de la calle de Cuchilleros ha pasado a manos de quienes descubrieron, en cuanto lo vieron, su valor intrínseco. Es, creo, una pareja de jóvenes músicos, violinistas, o así. Gente sensible, qué le vamos a hacer. Sí, debieron oír la música callada que estaba encerrada entre aquellas cuatro paredes, en la dodecafonía de la escalera. La vida se ve que no siempre se tuerce, y que sigue su curso, también en lo mejor.
Pero a la vida tienen igualmente derecho los sordos, y De Prada se ha comprado también otro piso. Le ha llamado a uno para que lo viera, teniendo en cuenta las molestias que se tomó uno en su día. Yo creo también que el otro día se dio cuenta de la reserva y la frialdad de uno, y como es listo, habrá comprendido que sus comentarios me han llegado a los oídos, y querrá parchear un poco sus indiscreciones o deslealtades. Pero cuando se empieza así, malo.
Acabo de venir de verlo hace un rato. Está en la calle Leganitos, una de las calles más siniestras de Madrid, estrecha e insalubre. Por triste, es triste hasta esa cuesta que la hace antipática, porque va uno caminando hacia Santo Domingo, y a medio trayecto ya se va preguntando, ¿y para qué?, o peor, sin esperanzas, ¿cuánto tiempo durará esto?... Leganitos... no es nada. En Leganitos no se expenden nada más que caspa de japoneses y ladillas colombianas, que vienen a buscar los coleccionistas casposos españoles y los ladilleros manchegos, así como de otros lugares del extranjero. Su momento de gloria lo vivió, abstracción pura, cuando alguien la incluyó en el juego del palé, y se compraba y se vendía a pelo de puta, que es como aseguraba un librero de viejo que compraba él los libros en la posguerra, o a hullo de vaca, que es como todavía los vocea un gitano del Rastro, en su lengua de germanía. Está toda llena de esa clase de bares en los que desayunan y almuerzan los albañiles que operan por la zona, localejos malamente sostenidos, con suelos de terrazo, barras en las que se muestran siempre unas crecidas cazuelas de callos con la grasa roja coagulada, como la sangre del Cristo de Medinaceli, y unas ollas de chorizos a los que les pasa lo mismo, que han sido aprisionados en su manteca helada como sir Mathew J. Evans en su bloque de hielo en la expedición al Polo Norte. Por lo demás son bares en los que escriben el menú en el cristal y lo repiten luego en el espejo de dentro, con blanco de España, raciones y aranceles que, enfrentados, recuerdan la mítica disputa entre aqueos y troyanos. A todos ellos, por atención al turista, les han puesto aire acondicionado, de manera que de sus puertas y ventanales sobresale la corcova negra del aparato, lo que hace que, en verano, sea también la calle más calurosa de España. Por si fueran poco estos locales, existen en la calle cinco o seis fotocopisterías que son, en lo que se refiere al campeonato de depresiones, medalla de plata, porque el oro se le reservará siempre a las comisarías de policía, una de las cuales, acaso la más letal de todas, la más triste, metida en un abracadabrante edificio de los sesenta, se encuentra, cómo no, en Leganitos. Una de esas comisarías que parecería haber sido levantada no tanto para perseguir el delito como para justificarlo, y que atiende los casos más raros de España, pues la han emplazado en un lugar en cuyos redores mueren más colombianos, filipinos, saharianos y amerindios que en toda la madre patria.
Es difícil que una calle no tenga, como una mujer o como un niño, un pequeño detalle que la redima de todo lo suyo malformado o atrevasado, algo, un destello en una cornisa, una esquina, un pañolito en un balcón que disipe en nosotros la animosidad primera. Es difícil, hasta que no se ha conocido la calle de Leganitos.
No me resultó fácil encontrar la casa, porque se trataba de una hecha por el mismo arquitecto que proyectó la comisaría, caso notable y que fue muy comentado hace veinte años, porque en cuanto acabaron de construirla, lo dejaron allí detenido, para juzgarlo por el crimen. La casa de De Prada la han levantado, con ladrillo visto, hace dos o tres años. Han tirado la antigua, amparados en la vieja teoría según la cual la cuchillada en un cadáver no es una puñalada asesina, sino artística, y han levantado la nueva, en ladrillo visto y rejas modernas, con tiradores y perendengues de metal rutilante, así como algunos adornos en granito, que es material noble y sencillo, pues lo mismo vale para el Monasterio de San Lorenzo del Escorial que para los bordillos municipales.
Abrió la puerta De Prada. Cordialidad, pero no inenarrable. Parecía franquearle a uno la entrada más que a un apartamento, a toda su literatura, más generosa con él y en menos tiempo que con la mayoría de los escritores, que mueren de viejos y debajo de una escalera, como Cernuda.
El apartamento, angosto y sombrío, siendo "a estrenar", olía todavía a yeso fresco y lechada de cemento, o sea, de cementerio, uno de esos cementerios nuevos donde no están a gusto ni las metamorfosis. Como sin duda las proporciones son exiguas, en vez de uno, se ha tenido que comprar dos apartamentos, propincuo uno del otro, exactamente iguales, y los ha unido, con lo cual, en cien metros cuadrados disfruta de dos cuartos de baño, dos cocinas, dos cuartos de estar, dos pasillitos y dos angostos dormitorios.
¿Qué, qué te parece?, me preguntó un poco seco. Bien, muy bien, muy nuevo todo, le respondía uno sin titubeos.
El ornato entraba en lo que podríamos denominar Realismo Extremo. Lo más llamativo era un mueble. Creo que el nombre que recibe en las tiendas de muebles pret à porter es boissérie, o sea, algo inefable cubierto con un maque duro, pulido y rutilante. Ocupaba toda una pared, la más visible de esa habitación, frente a la que se había dispuesto, a un metro escaso, un auténtico tresillo, con el fin de contemplarla en toda su magnificencia. Se trataba, desde luego, de un mueble aparatoso, acristalado en su mayor parte, para la exposición de objetos suntuarios y viejos bibelots de familia dispuestos a interpretar a dúo las más famosas melodías de felicidad conyugal, en plan Rock Hudson y Doris Day. Pero en ese mueble no había ni chinerías ni abanicos ni figuritas de porcelana, sino una apabullante colección de trofeos literarios que hablaban al mismo tiempo del ingenio prolífico de su dueño y de sus apoteosis y, sobre todo, del pasmo que era haberlos conseguido todos sin salir de su asombrosa juventud. De ahí que al realismo de esta estampa pudiera llamársele igualmente fiero. Había allí encerradas toda clase de placas, medallas y copas, platitos, cucharillas, y diferentes esculturas en los estilos más repertoriados, abstractos o concretos, que nos hablaban con emocionado timbre de Burgos, de Villarrábanos, de Tarrasa, del Elpidio González Tapia de Relatos Breves de Tomelloso, provincia de Ciudad Real, del Castellón de la Plana de Novelas Cortas, del Mataró al Gitano Antón, para rumbas en prosa... Allí estaban todos ellos para hablarnos de lo pedregosa y áspera que es la ascensión al Monte Ego, con sus alpacas, platas sobredoradas, bronces, metales nobles o fementidos, oros gañines o coronados, y otros de endemoniada aleación a los que les empezaba a salir una pátina alienígena que los enaltecía más aún con el laurel inmarcesible del tiempo.
Era difícil mirar aquellos trofeos sin decir nada al anfitrión, pero los dioses que le protegen a uno pusieron en mis labios la palabra adecuada: Caramba.
Yo creo que antes de leer un libro debería serles permitido a los lectores entrar en la casa de un escritor, o sentarse y verle comer, y lo que come, o reír, y de qué.
No debíamos de estar demasiado cómodos, porque ni nos sentamos en todo el tiempo que duró la visita, ni me ofreció un refresco. Sólo quedaba el trámite de las despedidas. Estábamos en su despacho, un cuartillo diminuto sin libros. Se excusó por lo que debía considerar un pobre bagaje en la casa de un escritor, en la que había más premios que libros. Estaban de camino, informó, desde la provincia.
Encima de su mesa había un folleto con el escudo de la Real Academia. Lo deslizó por la mesa, hasta ponerlo a mi alcance. Mira esto, dijo De Prada con indiferencia. Era el discurso de ingreso en la Academia de un tal Gregorio Salvador. Quién será Gregorio Salvador. Lee, ordenó. "A Juan Manuel de Prada, para que vaya preparando el suyo." Había otro discurso académico al lado. El nombre de este académico resultaba incluso más extraño, y ya lo ha olvidado uno. La dedicatoria, en cambio, no. Resultaba igualmente estimulante: "A Juan Manuel de Prada, al que esperamos pronto en este lado".
De Prada se encogió de hombros. Cuando no se han cumplido los treinta años uno ve la Academia como unas simpáticas ladillas, inherentes al trasiego venusino con la lengua. Puso cara de "qué se le va a hacer", con esa fatalidad de quien acabará haciendo algo que no era del todo de su agrado, pero a lo que no podrá negarse, teniendo en cuenta que los señores académicos se empeñan con tanto afán.
Y en ese momento sonó el teléfono. Primero una vez, y a continuación otra. Por lo que se coligió, dos mujeres.
Habló con ambas de una manera desenvuelta, como un conquistador un poco aburrido ya de tener que mantener a tanta admiradora. "Te amo, querida", les aseguró a las dos, a modo de despedida. De la segunda, al mismo tiempo que le endosaba el consabido "me tienes loco, cariño", le informó a uno, tapando con la mano el aparato y separándolo un poco de la barbilla, para que no se oyera el aparte, con gesto de fastidio y complicidad: "Ésta es lesbiana".
Ah, pronunciaron las cejas de uno en perfecta consonancia con la confidencia. A todas ellas les cortó la cháchara con un expeditivo, "cariño, ahora no puedo atenderte. Yo te llamaré, amor". Ya libre del acoso, declaró con verdadera desolación: "Las mujeres son la hostia; el éxito, el poder, las vuelve locas. Lo que les pone cachondas es el dinero y el triunfo".
Quizá pensó De Prada que se había excedido, y trató de pulir un poco la frase: "El dinero, el triunfo, y que son muy putas".
Creo que lo dijo con verdadero pesar, porque le habría gustado que las mujeres hubieran sido algo más idealistas y poéticas, para estar a su altura, y sin perder la esperanza de poder encontrar en la especie, pese a todo, a la criatura pura y desinteresada que un día acaso sea la compañera de su vida y la madre de sus hijos.
Cuando salí a la calle, se había hecho de noche. La calle de Leganitos es siempre el extranjero, pero de noche no, de noche sólo puede ser España. La España negra.
Volví caminando a casa. La vida de uno pareceq ue no pasara en otra parte del mundo más que en la Gran Vía. Pero algunos días, esa vida es distinta, porque la conciencia de la realidad nos la cambia.
Regresaba con la sensación de que todo lo ocurrido en la casa de ese muchacho, siempre en los términos de la cortesía y de la cordialidad, había sido la escenificación de un alejamiento moral definitivo. No sólo por la larva de la insidia o de la calumnia. Aseguraría que no ha ocurrido nada, pero ha ocurrido ya todo lo que tenía que ocurrir, aquella vitrina escaparate con las medallas, el piso, las llamadas de aquellas pobres mujeres que desde luego no sospecharán los comentarios con los que fueron coronadas. Y me decía que esa breve relación fue la interpolación de estas dos infaustas circunstancias: un engaño y una mentira; nos engañamos con él y nos mintió, respecto de lo que era y quería llegar a ser. Nada más, y ha sido muy grave el error.
Iba pensando también en aquello de que el éxito siempre le llega a uno a destiempo, por lo mismo que el fracaso, por suerte, si es de ley, suele hacerlo a su hora, con puntualidad británica.
Podría uno intentar la redención del gusto de la gente, pensé, pero esa misión la encuentra uno imposible a estas alturas. Que cada cual se salve como pueda, y mientras tanto pidamos a la vida salud y buenos alimentos.
...
Y al hilo de esta visita, se diría que el lema que ha adoptado Juan Manuel de Prada para su carrera literaria es una vieja y siempre interesada variación del "Calumnia, que algo queda", trocado ahora por un "Adula, que algo queda". Y cabría preguntarse, como discípulos de Sócrates, qué es peor, si la adulación o la calumnia. Y desde luego habremos de convenir en que es peor la adulación, pues siendo tan mendaz, obscena y repulsiva como la calumnia, en ésta se parte de una mentira, en tanto que en la adulación se trata de convencernos, en la llegada, de una verdad. En una, el calumniador espera beneficiarse del estado de opinión creado por él, recolectando en la opinión pública, entre muchos. En tanto que el adulador dirige su estafa al adulado. Y el argumento definitivo: mientras el calumniado conoce la falsedad de la calumnia, el adulado suele acabar tomando por verdad la adulación.
Diríamos, pues, a la manera de Clausewitz, que la adulación es una calumnia por otros medios.
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Comentario de: Fernando Navales [Visitante] · http://www.arcadi.espasa.com 21.10.2005 - 22:28
[236] Escrito por: Trapiello el chico - 19 Octubre 2005 06:21 PM
Leo por ahí arriba un fragmento de los diarios de Trapiello. Qué divertida y amena la lectura. Trapiello es para uno de los mejores prosistas en castellano que existen en este momento con permiso de Marsé, que ahora va de gurú carpintero. Entérate juanín, que la Janer está como dios y bien que se aprovecha ella de eso, con el ejercicio pertinaz del niñabonitismo del nacionaltalán durante años, con programas tontorrones en TV3 y premios a todo trapo. No me extraña que la llamen traidora, traductora. Vendida al mejor postor, se embolsa entre tetas y espalda 600.000 euros que no se dicen pronto por mucho que nos empeñemos. Y qué encono el de De Prada, qué retrato tan brutal el de Trapiello que nos enseña a un joven de manos sudadas y champú mal elegido. Hasta el punto va mi desbarraje que me ocurre que este muchacho se masturba con los anuncios de lencería del HOLA que compra su madre.
Despuès de leer todo, me repito que la cara es el espejo del alma. Si se parece un gordo eunuco provinciano,con o sin madre adosada y mucha caspa provinciana, sé es un eunuco pedantín, vaya tipejo el gordinflas, con razón escribe como escribe, en cambio el Trapiello no debería caer en esos chismes pues tiene un libro que pasarà a la ´Historia, para los historiadores, y está de buen ver, etc.
Que país,que mierda de gentes maneja y escribe sus mierdas.
una temporada en el infierno me suena a Rimbaud... me gusta :)
Saludos
Kasandra,
Gracias por su visita..
Q.-
En verdad, este Infierno ha cambiado de domicilio.. Este es el nuevo:
unatemporadaenelinfierno.net
Q.-
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