Saturday, September 17, 2005

Sobre la Desaparición de España, de Francia, de Vila Matas y de Yo mismo

Passy estima que los libros de Vila-Matas (y en especial el último, Doctor Pasavento) tratan, con frecuencia, del tema “de la desaparición, desde el punto de vista personal”. Y añade: “Cabría un paralelismo con el no-ser nacional” de mi entrada anterior, donde aludía irónicamente a un hipotético paralelismo de la tesis central de mi libro De la inexistencia de España (1998) y una frase de Maurice Blanchot sobre la desaparición de Francia, descubierta en una correspondencia póstuma: “.. Vous serez déçu par ce pays qui a d’une certaine manière disparu et qui n’est pas digne de sa disparition, sauf par quelques livres, l’espace de l’art et le souvenir”. Temas muy duros de evocar en minúsculas anotaciones a vuela pluma en un cuaderno virtual; pero que, a pesar de todo, me parece casi “indispensable” tratar en este terreno blogográfico, para ocupar un espacio todavía libre y no dejar esta frontera de nuevo cuño a las bandas de incultos, desalmados a ignorantes blogógrafos que intentan a apropiarse de ella para propagar miserias de diversa naturaleza. Pero al grano. A mi modo de ver, el Estado es una institución política, administrativa y económica que casi nunca funciona como “casa del ser” de los seres humanos. El Estado se suele comportar, más bien, como propietario ciego y anónimo de un “campo” que puede ser de concentración, en no pocos casos, de explotación, con frecuencia pavorosa, o de mero labrantío, no siempre voluntario, en las ocasiones más afortunadas: cuando los ciudadanos trabajan mal que bien en un proyecto más o menos común. Que un Estado haya sido o aspirado a ser, sucesivamente, Monarquía plurinacional, Monarquía imperial, República de trabajadores, Dictadura, Autocracia, Unidad de Destino en lo Universal, Monarquía parlamentaria, Estado autonómico, Estado federal, Nación de Naciones, etc., ya dice lo que dice. Paso. En el caso de los individuos, por el contrario, no veo tanto desaparición como metamorfosis, que pueden ser trágicas, incluso conduciendo al exterminio físico, o de otra naturaleza. De Ovidio a Ramón Gómez de la Serna, del Yo es otro de Rimbaud (perdón por la inexactitud de la cita) al Gregor Sampsa kafkiano, pasando por el Uno, Ninguno Cien mil de Pirandello, tales metamorfosis han sido infinitas. A título personal, yo prefiero los héroes que resisten contra ese proceso de desaparición de los últimos nombres. Son los héroes de Conrad, de Faulkner, de Huston, de IB Singer, etc. Hay muchas formas de ser hombres: pero todas se miden por la resistencia al dolor (EJ).

1 Comments:

Anonymous Anonymous said...

En relación con su post, encuentro interesante esta aportación que apareció publicada en el Diario de Mallorca



El hacedor de identidades


DANIEL CAPÓ

Levanto los ojos del libro que estoy leyendo y me pongo a escuchar las voces que me rodean. A mi lado, una señora coquetea entre el mallorquín y el castellano con un anciano que podría ser su padre; dos jóvenes comparten somnolientos las rítmicas melodías del último ipod; tres sineuers charlan sobre la creciente colonia de aves rapaces que sobrevuelan el campo mallorquín. Abundan las caras adormecidas a esta hora de la mañana. Una ecuatoriana lleva a un niño en brazos y parece buscar a alguien entre los asientos del vagón. Un inglés que huele a alcohol refunfuña en su teléfono móvil. Alguien, de repente, presagia que en Palma va a llover. Nadie en el tren habla de política, ni siquiera de fútbol. ¡Qué distinto es el mundo al que aparece en los medios de comunicación!
Luego me pongo a pensar en la fiesta de la Diada que se celebró el pasado lunes. De las veinte o treinta personas que ocupamos este vagón, ¿se podría deducir que existe algo así como una identidad mallorquina? No lo creo. Recuerdo un cartel que empapeló las calles de Berlín a mediados de la década de los noventa y que rezaba: "Vuestro Cristo es judío. Vuestro coche es japonés. Vuestra pizza es italiana. Vuestra democracia, griega. Vuestro café, brasileño. Vuestra fiesta, turca. Vuestros números, árabes. Vuestras letras, latinas. Sólo vuestro vecino es extranjero". La cita aparece en el último libro publicado en España del prestigioso sociólogo polaco Zygmunt Bauman, titulado precisamente Identidad. ¿A qué llamamos identidad? ¿Qué es, en definitiva, la identidad?
No son preguntas fáciles de responder pero que atacan en lo hondo muchas de las angustias contemporáneas. Hoy se habla con facilidad de una identidad balear como se hace también de la identidad gay, latina o negra. La definición de las sociedades multiculturales se podría sustituir con igual acierto por la de multi-identitarias.

Una de las grandes falacias del nacionalismo autodeterminista es esa voluntad suya de confundir el deseo con la realidad, como si se pudiera reducir la compleja diversidad de lo humano a un mero acto de voluntad. Nadie es exactamente lo que quiere ser y muchas veces ni logra parecerse a ello. Nuestra identidad es un crisol de circunstancias que no nos pertenece en su totalidad.
En su libro, Bauman recupera una definición del estructuralista francés Claude Lévi-Strauss que me parece acertada: "El trabajo de un constructor de identidad es hacer bricolage, inventar todo tipo de cosas a partir del material que se tiene a mano". Nuestra personalidad -la individual, la social- es una compleja construcción verbal en la que nosotros mismos narramos nuestra propia vida. Las identidades mutan y se transforman, porque constituyen los relatos con los que el hombre pretende dotar de sentido a su existencia. De ahí la importancia de la palabra y del buen uso que se haga de ella. Lo contrario, consistiría en reducir al hombre a la altura de un eslogan, de una frase hecha, de una consigna. El sueño, en definitiva, de cualquier totalitarismo.

12:57 PM  

Post a Comment

<< Home