Wednesday, April 13, 2005

Santayana, una mañana de abril

08.04.05, 8.11 !Cuantos años había esperado volver a Roma para visitar la tumba de Santayana, como muestra de respeto y homenaje !!! La mañana del 08.04.05 amaneció límpida, jubinosa, radiante. Y a las siete y cinco ----tras un desayuno colectivista, rodeado de una banda de ruidosos japoneses---- ya estaba en el tranvía, vacío, que me llevaba renquetante hasta la puerta del Cementerio de Campo Verano, que es un lugar majestuoso, donde también está enterrado Garibaldi, que nació en Niza, no lejos de donde murió Garcilaso. Un señor muy amable me condujo en ¡coche eléctrico! hasta la división 51, donde la generosidad italiana ha guardado unos palmos de tierra para enterrar a unos españoles muy mayoritariamente abandonados de la mano de Dios, de una pobreza absoluta. Y allí estaba la tumba de don Jorge... limpida, cuidada, incluso con una reciente maceta de humildes florecillas, que tanto le hubieran gustado. ¿Quién cuida esa tumba? ¿La embajada? ¿Los italianos? ¿Las “monjas azules” que lo atendieron hasta la muerte? *** Para mi sensibilidad, Santayana ----madrileño de la calle de San Bernardo, aunque sus paisanos lo ignoren de manera tan penosa---- quizá sea el filósofo “español” más universal del siglo XX. Menos soberbio y más hondo que Ortega, por momentos. Tan atormentado aunque mucho más apolíneo que María Zambrano, con la que tiene tantas cosas en común. Su vida terminó por confudirse con el destierro. Su obra está toda escrita en un inglés luminoso. Antonio Marichalar lo descubrió muy pronto, entusiasmado, en la primera Revista de Occidente. Tan entusiasmado que suscitó la envidia sorda de Ortega, que no podía soportar su genuina universalidad y sus relaciones personales con una cierta élite filosófica anglosajona. Sir Bertrand Russell le dedicó en sus Memorias unas frases malévolas. Santayana vivió y murió solo. Los últimos años de su vida se había convertido en un monumento objeto de pregrinación. Robert Frost le dedicó un poema memorable. Ferrater Mora habla de él con inmenso respeto. Si no me equivoco, en España, la única crónica de su muerte la escribió Julián Cortés Cabanillas. La visita y los instantes de recogimiento personal, ante su tumba, me llenaron de una alegría, íntima, solitaria, que ----me digo---- que a él no le hubiera disgustado completamente.

1 Comments:

Anonymous Anonymous said...

Hombre, Quiñonero... no sé casi nada de Santayana; no puedo compararlo con nadie.
Pero sí puedo decir algo de Ortega. Aunque sea un lugar común tacharlo de soberbio, no es eso (más bien lo contrario) lo que uno percibe al leerle.
Si Santayana es superior a Ortega como filósofo, me estoy perdiendo lo impensable: Ortega está a la altura de Platón, San Agustín, Hegel, Descartes o, no digamos, Nietzsche.
En cualquier caso, buscaré las obras de Santayana en inglés y las leeré; así que gracias por el recordatorio.
La entrada del blog es muy bonita; Roma y la admiración sincera no pueden provocar nada que no sea hermoso.

1:26 AM  

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