Friday, October 14, 2005

Jerez, Ribera del Duero, Jumilla, Somontano, Rioja y el arte de vivir o envenenarse, sin arte

¿Tienen algo en común los vinos de Jerez, de la Ribera del Duero, de Somontano, del Penedés, dela Rioja, o de Jumilla, etc.? Jean-Robert Pitte ha escrito una historia de las rivalidades de dos grandes apelaciones francesas, Bordeaux / Bourgone. Les passions rivales, que puede leerse como la historia de dos milenarias rivalidades culturales, sobre las que sería largo y complejo detenerse: siendo ciudadano de honor de Margaux, ni que decir tiene que me inclino por los vinos de Burdeos de tal apelación, que nada me costaría comparar con las de Ribera del Duero y Somontano. En el caso de la diversidad vitícola española, tampoco se trata solo de muy distintas historias, técnicas, comercios, artes y culturas de la mesa y el vino, justamente. En los últimos quince o veinte años, esa diversidad se ha enriquecido con la introducción de técnicas, artes y comercios, indisociables de un arte de vivir no menos diverso. En algunos casos ideales ----como ocurre en el caso de una obra de Luis Fernández, que Juan Manuel Bonet compró para el Ivam valenciano---- el vano de vino y un pedazo de pan, sobre un mantel de hilo blanco, en una mesa de madera, se confunden con la comunión de los justos. Y, tomando una copa en una bodega jerezana, hace días, Fernando Iwasaki me comentaba que algunos productores catalanes se servían de Jerez, justamente, y su folklore, para vender cava en Nueva York. Sin embargo, el “mal vino” también se confunde con una Maldición, en la Biblia, y es un topos de nuestra literatura clásica desde Gonzalo de Berceo, asociado al veneno de las pasiones.

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