El Mercado del Terror
Mientras contemplo en la tv las primeras imágenes del atentado de Guecho, abro una carta de F* ----amenazado de muerte en varias ocasiones---- y leo el último correo de M*, con quien paseo por la playa de Las Arenas una o dos veces al año, a unos pasos de donde estalló la última bomba de ETA, no lejos de donde fue asesinado otro inocente, frente a la casa de los S*, atracados a punta de pistola, con el padre secuestrado en un zulo criminal.
La genealogía del Terrorista ----figura arquetípica de nuestro tiempo, como el Trabajador de Jünger; contemporáneos ambos de los Slopes de Faulkner, con quienes tiene en común semejante y abismal ausencia de escrúpulos morales---- ¿echa sus raíces en el inmoralismo de Alcibíades, en las ejecuciones de la secta musulmana de los Asesinos, en el Terror revolucionario de 1793, o en el nihilismo de los Endemoniados de Dostoievski?
Resulta ocioso, inútil y harto confuso tratar al Terrorista de “nazi”, “fascista”, “comunista” o “nacionalista”. Y tal confusión lingüística quizá comporte peligrosas distorsiones: porque se oculta, distrae y hace todavía más opaca una realidad trágica, ensangrentada; convertida la misma sangre humana en materia de lúgubre comercio audiovisual.
Hace muchos años, poco después del asesinato del almirante Carrero Blanco, el redactor jefe de Cuadernos para el Diálogo me corrigió un artículo y justificó su gesto ----que yo interpreté como una censura---- diciéndome: ETA sabe a quien mata. Muchos años después, en casa de un amigo guipuzcoano, al final de una velada navideña, alguien nos advirtió en broma: Tened cuidado, ETA os puede poner una bomba. Solícita, una monja de la familia, muy obsequiosa, salió a despedirme y tranquilizarme: No te preocupes por tus hijos. ETA sabe a quien mata. Con motivo de un viaje familiar a Zarauz, hice un alto en una encantadora abadía vasco francesa que, años atrás, había servido de refugio a los dirigentes históricos de Iparretarrak. Un clérigo muy anciano, consagrado a la oración, me confesaba: Desde niño supe que Dios me había enviado para traducir los Salmos al euskera. Siglos atrás, un legendario cabalista cristiano estaba convencido que el euskera es una de las lenguas divinas que se salvaron en el Arca de Noé, tras el Diluvio universal.
El cabalista, la monjita y el clérigo tienen la fe mesiánica de quienes se consideran llamados a propagar una doctrina de salvación universal. El Terrorista de nuestro tiempo pretende dar un tortuoso curso al rosario de sus crímenes, embozado tras las máscaras ensangrentadas del inmoralismo, el fanatismo, el mesianismo político y el nihilismo criminal, que el periodista, el político, el diplomático también utilizan con fines a geometría muy variable.
Fui el único periodista español que cubrió la primera sentencia de un tribunal de justicia francés declarándose favorable a la extradición de un etarra. No lejos de Bayona, Mitterrand había anunciado a los padres del acusado que su hijo nunca sería extraditado si él era elegido presidente. En Madrid, Diario 16 afirmaba que tal etarra era culpable de una prolija relación de asesinatos; y el director del periódico ----adoctrinado por los ministros de exteriores e interior---- pedía la “ruptura de relaciones diplomáticas” con Francia, si el gobierno francés no accedía a las extradiciones pedidas por Madrid. De vuelta a casa, tras improvisar una crónica radiofónica, dando noticia de la sentencia favorable a las exigencias madrileñas, el embajador de España me sometió a un amistoso interrogatorio telefónico. Acto seguido, le pregunté: Oye, embajador, ¿qué ocurrirá, ahora que Francia accede por vez primera a la extradición de un etarra?. Y el embajador de España me respondió, lacónico: En menudo embolado nos han metido. En realidad, los cargos que pesan sobre ese chico son muy flojitos.
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