Tuesday, January 18, 2005

Buenas razones para envenenar el agua de las ciudades

Todas las razones son buenas para envenenar a diario el agua de los pozos, los ríos, los embalses y los supermercados. Doña T** elogia el carisma de un monarca autócrata, hijo de un déspota, crecido en un lupanar, enriquecido con la venta de estupefacientes, mantenido en el trono a través de la indigencia de sus súbditos y la venalidad de sus militares, porque así satisface en público el placer solitario de escupir contra el rostro de un vencido, que es imprescindible humillar a diario, en nombre de la verdad, la justicia y el progreso. Mientras, la locura esquizofrénica se transmite con eficacia a través de los medios de incomunicación social. El vencido gobierna beneficiándose de las malas artes de sus aliados locales, a quienes a diario traiciona en Madrid con marrullerías inconfesables, negociadas a media voz en la trastienda de la Moncloa. Dos hijos encumbrados de la Benemérita se disputan campanarios y banderas: uno espera prosperar disfrazado de general con mando en plaza; otro redacta sombríos manifiestos, proclamando la no tan lejana soberanía de su minúscula república de opereta. Desde el púlpito tabernario, los matones de atar echan mano a sus herrumbrosos fusiles: “Para gobernar España, es necesario bombardear Barcelona cada cincuenta años”. Sibilino, desde las madrigueras del Poder, el joven sacerdote de una iglesia difunta mueve sus peones con discreción sonámbula: “Es necesario linchar a este locutor insurrecto. Yo impartiré ostias bendecidas en la capilla particular de nuestro cortijo audiovisual. Las beatas que cobran de los fondos de nuestros padrinos darán grititos de placer al escucharme” El coro de acémilas audiovisuales se quita o se pone la corbata, pone el cazo al mejor postor, eructa, ventosea, airea sus miserias, lanza a los cuatro vientos sus pócimas envenenadas, que, siendo lo que es la meteorología mesetaria, terminan acumulándose en el cielo, formando nubes tóxicas que no tardan en precipitar granizo, piedra, bastonazos, agua podrida. De hecho, convertida la política en supermercado del odio, las alzas y bajas de los precios apenas afectan a la enfermedad del espíritu que lentamente envenena la vida de quienes están obligados a consumir basura para ir tirando del yugo de una existencia convertida en mercancía, cuando se tiene a alguien que la compre. El tedio, la acedía, el desencanto de miles, millones de ciudadanos indefensos, es un objetivo comercial tan atractivo como la producción de cereales, tubérculos o legumbres. En la antigua PAC (Política Agraria Común), los contribuyentes alemanes pagaban precios protegidos a los agricultores franceses, para intentar construir una Europa carolingia. En la nueva UE, los Estados se reservan el derecho de manipular a su antojo la incultura audiovisual, convertidos los ministerios del ramo en organizaciones de producción de emisiones de pompa, publicidad, fastos, promoción y jolgorio con el que amueblar el desierto urbano iluminado con luces de neón.

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