PdR (y 3). Los genios de la tierra y la lluvia ácida
Castillo de Vauvenargues, 16 abril 06. Foto by JPQ
Viernes Santo (14.04.06), la edición de Mónaco de Nice-Matin abría su primer página con este titular: “La Costa, enferma del ozono”. El 2003, la Costa azul sufrió durante 108 días índices de polución superiores al “nivel crítico”. Basta con vagabundear, en coche, entre Menton y Cap d’Antibes, o contemplar el paisaje, desde los altos de Niza, para advertir la gravedad nociva del smog, atacando el sistema respiratorio de todos los seres vivos.
Los lectores de Lucrecio pudieran pensar, con razón, que se trata de una metamorfosis agonal: el avance inexorable de la desertización. Quienes todavía celebran la Pascua de Resurrección quizá vivan en la ilusión de un Nuevo mundo por venir, cuyo alumbramiento llega con dolor. Picasso, que vivió por estas tierras los años más felices de su vida, quizá pertenecía a alguna de las incontables cofradías de creyentes en la Resurrección. Cuando murió, escribí un largo artículo, recogido en mi Memorial de un fracaso (1974), que comenzaba con una cita de René Char: “Llamad a los dioses: vendrán. Los libertinos no están amodorrados”.
La Californie, la casona picassiana de Cannes, estaba próxima a un lugar de culto griego. En Vallauris, Picasso dejó intacta, en uno de sus talleres, la vieja capilla que sustituyó durante siglos, a un templete doméstico griego. En Mougins, Notre-Dame-de-Vie, el gran mas picassiano, se erige en un lugar que también fue lugar de culto griego y capilla cristiana. En el castillo de Vauvenargues, Picasso “compró” la Sainte-Victoire cezanniana. Es legendario su diálogo con Kahnweiler, a las pocas horas de cerrar la operación. “Acabo de comprar la Sainte-Victoire”, le anunció Picasso al famoso marchante. “¿Cuál de ellas?”, preguntó lacónico Kahnweiler; que obtuvo esta respuesta telefónica: “La verdadera”.
Picasso murió en Mougins, pero deseó ser inhumado al pie de la Sainte-Victoire, a la entrada de su casa del valle de Vauvenargues, convencido, como dudarlo, que sus cenizas debían confundirse con los genios de la tierra, amenazados hoy por la desertización que propician la lluvia ácida y las tormentas de smog.
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